La mano en el corazón
A punto de hacer la primera foto frente a la señal de stop veo un grupo de seis personas acercándose hacia mí. Ríen y charlan desenfadados en pleno cotillón de Reyes en Beasain, con las calles vacías excepto por los que saltan de bar en bar. ¿Trabajando ahora?, preguntan cuando están a unos metros. Se acercan del todo y una de las mujeres del grupo me lo vuelve a preguntar. La cosa está muy achuchada para los fotógrafos. ¿Fotógrafo profesional? Sí. Entonces, dice ella, moviendo su mano hacia el corazón, dime de verdad qué tipo de fotografía puedes estar haciendo a una señal de tráfico y a estas horas. Me mira a los ojos con franqueza. Cerca de sesenta años y con frescura en su mirada. Un rostro atractivo. Hace treinta y un años hubo aquí un atentado, un ametrallamiento. Respondo con la misma sinceridad que su pregunta. ETA asesinó a un guardia civil y… Y a su novia, añade. ¿Lo recuerdas?, pregunto. Claro, entonces éramos muy pocos los que nos manifestábamos contra todas esas muertes, pero no fue aquí, sino unos cien metros más allá. Le explico los datos que tengo, la confluencia de las calles. Fue donde yo te digo, hazme caso, insiste. Quiero preguntarle si lo vio, pero no lo hago. Ven conmigo, dice, ofreciéndome su paraguas. Caminamos hasta el lugar exacto, una pequeña travesía entre las dos calles que yo tenía marcadas, un stop obligado. Bajaban de una sala de fiestas y tuvieron que parar para incorporarse a esta calle. Entonces les dispararon. Nos quedamos un segundo en silencio. Le tiendo mi mano y la estrecha. Me dice su nombre y yo el mío. Estoy a punto de darle un par de besos, pero me limito a agradecerle la ayuda y nos despedimos.
Una vez tomadas las imágenes, y al cabo de unos cincuenta kilómetros, conduciendo por una autopista para mí solo, me asalta una duda: ¿Dónde colocó su mano cuando me preguntó por lo que hacía? ¿En su corazón o en el mío?
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