Tres iconos y cuatro crímenes
El txakoli de Getaria, el barrio del Antiguo junto a la playa de Ondarreta y el paseo de Miraconcha, alzado sobre la bahía de Donosti. Tres joyitas, tres reclamos turísticos, lugares comunes para ensalzar la belleza y el carácter de la tierra vasca. Porque eso es lo importante, al menos para algunos que suman muchos: la tierra vasca. Es importante remarcar la singularidad. Y si tiras un poco más, en seguida te sale la diferencia. Esas dos palabras que cada vez que escucho comprendo menos: Hecho diferencial. En Euskadi y Navarra existen miles de personas que aún no han comprendido que todos los mitos que ensalzan la nobleza vasca son falsos, que la palabra de un vasco no vale más que las demás y que la conciencia vasca, si por algo se ha diferenciado en estos últimos cincuenta años, es por sumar casi mil muertos. Un reclamo, a primera vista político y cultural, que tan solo habla del dinero y del poder. Hecho diferencial que se constata en “pequeños” y “divertidos” actos como el celebrado este pasado Carnaval en Bilbao, donde el PNV, en un alarde de escasa imaginación, sacó a pasear el fantasma de los irredentos galos. “Argumento” que hasta hace poco era esgrimido por la izquierda patriótica vasca. El hecho diferencial, un acto de fe, ha calado muy hondo.
¿Pensaron los organizadores de esa pantomima el modo en que se retrataban? ¿Pensó el guionista lo que significaban sus palabras? ¿No sabía que era un boomerang lo que lanzaba? ¿Por qué no una parodia contra ETA, si es el mayor enemigo de los vascos? Sencillamente, porque muchos vascos no lo ven así.
ETA asesinó un día 13 de marzo a Manuel Albizu en Getaria, a Constantino Gómez en Mondragón y a José Antonio Álvarez y Ángel Jesús Mota en Donosti. Cuatro crímenes que nos dan otra visión, más descarnada y real, de lo que ha significado, y aún significa, el hecho diferencial vasco.
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