Una carta sin abrir
14 febrero, 2010
Llego a Ibarruri, cerca de Gernika. Junto a la iglesia se apiñan unas pocas casas, el resto son caseríos dispersos por el pequeño valle. No tengo datos para localizar con exactitud el lugar donde abandonaron el cadáver de Vicente Irusta. Son las nueve de la mañana de un domingo desapacible. Los caseríos duermen y los perros me ladran. Era un cruce entre la carretera y el camino hacia su casa. Unos niños encontraron el cuerpo cuando se dirigían hacia la escuela. Paseo por las estradas en medio de una ligera nevada y llego a una bifurcación desde donde parte un camino de tierra hacia un caserío. Veo un buzón. Tal vez una última carta. Un sobre que una sentencia de muerte dictada por ETA dejó cerrado para siempre.
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